Por Kamal Cumsille Marzuka*
Desde los últimos meses del año 2010 estamos asistiendo a una campaña diplomática por parte de la OLP que consiste en conseguir los apoyos para solicitar en la ONU su reconocimiento como Estado independiente dentro de las fronteras que Israel mantuvo hasta 1967 desde el armisticio de 1949, es decir, en Gaza, Cisjordania y con Jerusalén oriental como capital. Esta campaña ya llega prácticamente a su recta final, ya que en septiembre la OLP/ANP piensa presentar la demanda en Naciones Unidas.
A simple vista, desde un mínimo sentido de justicia y de concordancia con el principio de autodeterminación de los pueblos, esta es una solicitud con la que difícilmente podemos estar en desacuerdo. Sin embargo, hay algunas variables de fondo que es necesario analizar con detención, pues como se dice comúnmente “no todo lo que brilla es oro”, y en este sentido, el mismo reconocimiento de un estado palestino independiente como miembro pleno de la ONU, si bien, a primera vista, nos puede hacer pensar en que viene a ser la solución al conflicto, está muy lejos de serlo. Todas las variables que podrían hacernos pensar en esta dirección, tienen que ver con que tal reconocimiento supone la consolidación de la solución de dos estados.
A simple vista, desde un mínimo sentido de justicia y de concordancia con el principio de autodeterminación de los pueblos, esta es una solicitud con la que difícilmente podemos estar en desacuerdo. Sin embargo, hay algunas variables de fondo que es necesario analizar con detención, pues como se dice comúnmente “no todo lo que brilla es oro”, y en este sentido, el mismo reconocimiento de un estado palestino independiente como miembro pleno de la ONU, si bien, a primera vista, nos puede hacer pensar en que viene a ser la solución al conflicto, está muy lejos de serlo. Todas las variables que podrían hacernos pensar en esta dirección, tienen que ver con que tal reconocimiento supone la consolidación de la solución de dos estados.
En todo caso, antes de entrar en este análisis, hay que hacer notar que un reconocimiento internacional del Estado palestino, no necesariamente vendrá a cambiar la situación. Si pensamos bien, ya desde 1947, con la resolución 181 existe de parte de Naciones Unidas el reconocimiento a la necesidad de la creación de un Estado palestino, hecho que no se materializó por la guerra de 1948, que ha perpetuado una situación de catástrofe para los palestinos hasta el día de hoy. También en 1988, cuando Arafat proclamó el Estado palestino en Argel, éste fue reconocido por un número importante de naciones, sin embargo, esto tampoco se materializó y no cambió en nada la realidad de los palestinos. Por lo tanto, debemos preguntarnos en relación a esta solicitud de reconocimiento que está en discusión: ¿de qué exactamente estamos hablando?
Habría que comenzar señalando que el mentado reconocimiento, es muy poco probable que tenga lugar. Pues según las características de dicho procedimiento en la ONU, la ANP debe presentar la demanda ante el Secretario General de la Organización, la cual luego debe ser aprobada por el Consejo de Seguridad, para lo que se requiere que ninguno de sus miembros permanentes –EEUU, China, Rusia, Francia, Inglaterra- ejerza su derecho de veto. Obama ya ha anunciado que vetará una declaración unilateral del Estado palestino, de manera que la demanda palestina ya se encuentra bloqueada antes de su presentación.
Segundo, poniéndonos en el caso que EEUU no vetara, la demanda palestina alude a un reconocimiento de su Estado sobre las líneas del armisticio de 1949, lo que se llama malamente “fronteras de 1967”, algo que tampoco EEUU ni las principales potencias europeas están dispuestas a aceptar, alegando que cualquier solución que considere fronteras se debe zanjar en un proceso de negociaciones. Aquí ya entramos en problemas. Y es que, de darse el caso, esto significa replicar la dinámica de negociaciones de Oslo, en que la lógica israelí y respaldada por los mediadores, se basa en el principio de la seguridad de Israel y no en el de una solución justa a la cuestión palestina. Por lo demás, es ampliamente conocido que Israel durante todos los años de negociaciones, ha ignorado los compromisos asumidos en las conversaciones de paz aplicando una política de hechos consumados, recurriendo siempre a que se trata de la “seguridad de sus ciudadanos”, ha construido un muro de separación –condenado internacionalmente por la corte de La Haya- y expandido la construcción de asentamientos ilegales en los territorios que según las mismas bases de las negociaciones -esto es, las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad- corresponden a territorios que deben ser devueltos a los palestinos como parte íntegra del suelo de su futuro Estado. Ahora, sabemos que cualquier condena a esta política termina siempre en una mera declaración de buenas intenciones, ya que ninguna potencia, es más, no solo potencias, sino que cualquier país que se presente como defensor de los derechos humanos en el mundo no se atreve a cuestionar la política israelí cuando ésta se basa en la seguridad, pues según el chantaje del antisemitismo, la seguridad de los ciudadanos judíos de Israel es más importante que la reparación de la injusticia histórica de que ha sido objeto el pueblo palestino.
Valga la pena destacar también, que la misma dinámica de negociaciones de Oslo, centrando todo lo “palestino” en los llamados “territorios ocupados” –y sobre todo como una cuestión territorial y de recursos, y por ultimo en que se trata de asuntos de gobierno, administración- ha abandonado la globalidad de las demandas que constituyen la “causa palestina”, que es aquello que comprende la resistencia frente a una limpieza étnica y al asesinato de memoria de todo un pueblo, y cuyas prácticas sistemáticas se traducen, no solo en la ocupación de Cisjordania operada por la ANP, o en el bloqueo de Gaza gobernada por Hamas, sino en la permanente judaización de Jerusalén –que implica el desalojo de los históricos habitantes árabes de sus barrios tradicionales, como Sheikh Jarrah y Silwan, en favor de la instalación de colonos judíos-;
Valga la pena destacar también, que la misma dinámica de negociaciones de Oslo, centrando todo lo “palestino” en los llamados “territorios ocupados” –y sobre todo como una cuestión territorial y de recursos, y por ultimo en que se trata de asuntos de gobierno, administración- ha abandonado la globalidad de las demandas que constituyen la “causa palestina”, que es aquello que comprende la resistencia frente a una limpieza étnica y al asesinato de memoria de todo un pueblo, y cuyas prácticas sistemáticas se traducen, no solo en la ocupación de Cisjordania operada por la ANP, o en el bloqueo de Gaza gobernada por Hamas, sino en la permanente judaización de Jerusalén –que implica el desalojo de los históricos habitantes árabes de sus barrios tradicionales, como Sheikh Jarrah y Silwan, en favor de la instalación de colonos judíos-;
o la discriminación de los palestinos ciudadanos de Israel, que son quienes permanecieron en sus tierras tras la expulsión de 1948;
o el problema de los más de 4 millones de refugiados palestinos en países árabes vecinos y otros lugares del mundo que ya perpetuán su condición por más de 60 años.
En consecuencia, más que como rezan los constates llamamientos a respaldar la iniciativa diplomática de la ANP, que se presentan bajo la retórica de apoyar “la independencia de Palestina”, tal vez habría que pensar seriamente en que, de tener lugar, la incorporación de un Estado Palestino como miembro permanente en la ONU, vendría a liquidar definitivamente la causa palestina, luego de su primera gran embestida sufrida que fue el proceso de negociaciones de Oslo.
Pues, de llegar a tener lugar la incorporación de Palestina como Estado miembro en la ONU, vendría a reemplazar la lucha en contra de una injusticia histórica que comprende una serie de temas fundamentales, como hemos descrito arriba, por la idea de que se trata de un conflicto “territorial” entre dos Estados.
En cierta manera, la idea de que se trata de un conflicto territorial entre dos entidades políticas que gobiernan sobre un determinado territorio y población, ya existe desde la perpetuación de esa entidad provisoria que según la Declaración de Principios de Oslo (1993) no debía extenderse más allá de 1999, y que conocemos hoy como Autoridad Nacional Palestina-ANP. Como señaló la política y escritora palestina Hanan Ashrawi hace algunos años, habría que considerar seriamente su disolución, pues ésta confunde la estructura del conflicto entre una potencia ocupante y un pueblo ocupado, donde aparece una entidad intermedia que administra a la población ocupada y se relaciona de manera ambivalente con la potencia ocupante, defendiendo, en el discurso, los intereses nacionales del pueblo que dice representar, y por otro lado garantizando el “orden” y, por ende, neutralizando la resistencia del pueblo ocupado. La disolución de esta entidad, debiera tener lugar a favor de una devolución a la OLP del sentido estricto que dicta su nombre: “Organización para la Liberación de Palestina”. Sin embargo, de acuerdo a los tiempos actuales, dicha organización ha de hacerse eco de los llamamientos y actividades de la sociedad civil palestina en el marco de la campaña de Boicot, desinversión y sanciones (BDS), la cual se lleva a cabo también en relación con parte de la sociedad civil israelí que aboga por la des-sionización del Estado, lo que implica dejar de lado la solución de dos Estados nacionales, uno judío y otro árabe-palestino, a favor de un solo Estado de Palestina, laico y democrático para todos sus ciudadanos, que a todo esto, constituye el proyecto original de la OLP.
*Kamal Cumsille Marzuka es Doctor (c) en Filosofía de la Universidad de Chile y docente del Centro de Estudios Árabes de la misma casa de estudios
En cierta manera, la idea de que se trata de un conflicto territorial entre dos entidades políticas que gobiernan sobre un determinado territorio y población, ya existe desde la perpetuación de esa entidad provisoria que según la Declaración de Principios de Oslo (1993) no debía extenderse más allá de 1999, y que conocemos hoy como Autoridad Nacional Palestina-ANP. Como señaló la política y escritora palestina Hanan Ashrawi hace algunos años, habría que considerar seriamente su disolución, pues ésta confunde la estructura del conflicto entre una potencia ocupante y un pueblo ocupado, donde aparece una entidad intermedia que administra a la población ocupada y se relaciona de manera ambivalente con la potencia ocupante, defendiendo, en el discurso, los intereses nacionales del pueblo que dice representar, y por otro lado garantizando el “orden” y, por ende, neutralizando la resistencia del pueblo ocupado. La disolución de esta entidad, debiera tener lugar a favor de una devolución a la OLP del sentido estricto que dicta su nombre: “Organización para la Liberación de Palestina”. Sin embargo, de acuerdo a los tiempos actuales, dicha organización ha de hacerse eco de los llamamientos y actividades de la sociedad civil palestina en el marco de la campaña de Boicot, desinversión y sanciones (BDS), la cual se lleva a cabo también en relación con parte de la sociedad civil israelí que aboga por la des-sionización del Estado, lo que implica dejar de lado la solución de dos Estados nacionales, uno judío y otro árabe-palestino, a favor de un solo Estado de Palestina, laico y democrático para todos sus ciudadanos, que a todo esto, constituye el proyecto original de la OLP.
*Kamal Cumsille Marzuka es Doctor (c) en Filosofía de la Universidad de Chile y docente del Centro de Estudios Árabes de la misma casa de estudios
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